martes, 2 de abril de 2013

La corbata

Ella nunca había comprado una corbata... ¿cuál es el protocolo adecuado para la compra? Una llega y dice... "quiero una corbata que combine con una camisa color blanco" (por decir un color).

La primera vez que vio a Humberto a la salida del trabajo, venía quitándose la corbata... era una espantosa corbata, ni siquiera atinó qué color era en realidad... era como una combinación caótica de colores y sentimientos. Cayó en la cuenta de que nunca había salido con hombres encorbatados, todos eran unos críos con trabajos pusilánimes, de vestimentas relajadas. Humberto era ingeniero. 

Poco a poco fue conociendo el repertorio de sus corbatas, unas menos trágicas que otras... unas normales, otras vintage, otras sin pena ni gloria... 

Hasta que llegó una camisa, era morada... ella pensó en comprarle la corbata adecuada. Pasó meses buscando la dichosa corbata que combinara con la camisa... nunca la encontraba... pensó que era porque nunca había comprado una. Buscó y buscó y buscó y la corbata adecuada nunca aparecía, tenía en su mente el color que creía que era el adecuado... lila. 

Un día, que es como decir que fue martes o jueves... o tal vez un viernes cualquiera, Humberto le pidió que lo acompañara a comprar una camisa... y una corbata. Ella sintió que había fracasado en su intento de prodigarle la corbata adecuada, la elegida, la bendecida. Como con tantas otras cosas, se sintió una mujer inadecuada para las cuestiones básicas y cotidianas de ser pareja. 

No quiso rendirse, Humberto tenía una camisa y una corbata nuevas, pero ella seguiría buscando la corbata. Una tarde, mientras esperaba a que él saliera de la oficina, se entretuvo en un centro comercial, había cesado de buscar, pero esa tarde la vio... estaba en una vitrina, asomaba como serpiente tímida de una caja negra... la hipnotizó. 

Con ligereza propia de las mujeres enamoradas entró al almacén, preguntó al primer joven vendedor distraído que vio si podía mostrarle la corbata que estaba en exhibición en la vitrina. Pobre muchacho, era medio torpe, botó todas las carteras, las cajas de pañuelos y los calcetines que estaban alrededor de la caja con la corbata. Cuando la tuvo enfrente supo ella que debía llevarla. No era lila, no le correspondía a la camisa que seguía sin corbata que le calzara. No importaba. Esta gritaba el nombre de ese hombre que durante un año había tenido el buen recurso de sorprenderla para ganarse sus mejores sonrisas.

"La voy a llevar" le dijo al distraído vendedor, la transacción no duró más de tres minutos. Colocaron la cajita negra con la corbata en una bolsa blanca, la tomó con la ternura requerida y caminó hacia la oficina de Humberto, aunque no había tenido contacto con él aquel día, ya habían quedado en verse para salir por la noche con unos amigos, quería sorprenderlo, más no sabía que la sorprendida sería ella. 

Al llegar le informaron, Humberto no había llegado a trabajar. Un incontenible silencio se apoderó de ella, todos los ruidos del mundo se detuvieron por un instante, ella con la bolsa en su mano no esperaba esa noticia. 

Tomó su celular, marcó... de nuevo el número de él... como antes, la misma voz autómata: "el número que ha marcado está fuera de servicio". No supo cómo ni en qué momento una lágrima se le escapó y la recorrió entera. 

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