viernes, 30 de agosto de 2013

Saber estar

Oh, I am what i am. I'll do what i want.
Dido

La sábana es un universo demasiado extenso sin vos
mientras yo habito este mundo paralelo
vos existís en la rutina que nos hace tan distintos.

No me falta nada, no me sobra nada.
Estás ahí, con los ojos cerrados a la vida
yo velo tu sueño.

Hace unos meses decidí ya no preguntarme,
decidí guardarme las dudas,
encargué un poco de alegría a las nubes
y me dispuse a besarte de nuevo.

Siempre has habitado en ese extraño mundo
ese en el que pensé que jamás me sentiría cómoda.
Tomar un lugar en el mundo siempre me costó,
nunca encontré la forma de tener una vida normal.

Hoy tengo horarios,
tengo libretas de trabajo,
descanso cuando puedo y si puedo
la diferencia de mis días radica
en tu salvaje presencia en mi mundo.

jueves, 29 de agosto de 2013

El susto

¿Escuchan ese ruidito? Es como si algo se estuviera desintegrando lentamente. ¿No lo escuchan?

Aquella noche decidió tirarse al piso fresco y recién trapeado para descansar, estaba harta de una semana que no prometía terminar nunca.

Nada la había preparado para lo que le esperaba... se había mudado a aquella casa dos meses atrás. Por supuesto los primeros días experimentó el miedo clásico de la soledad. Pasar de vivir con cinco personas a tener la compañía eventual de Mario la había hecho caer en la cuenta de algo que había olvidado: era miedosa.

En serio, yo escucho ese ruidito fino y tintillante y eso que soy medio sorda, no me engañen, ustedes tambien lo oyen.

Estaba viendo televisión, ese televisor viejo y arruinado que su papá le regaló y que había servido para que no se muriera de aburrimiento. Tal vez era que había retomado su afición por ver programas que hacían estudio biográfico de asesinos en serie, desde unos días atrás se sentía intranquila. Como si la sensación de sentirse observada no la abandonara nunca.

Decidió ir por un vaso con fresco.

Tal vez sea bueno que le llame a Mario, tal vez hablando con alguien pueda hacerme la loca y olvidar un rato ese ruido. Ustedes no están colaborando, él si lo hará.

Acostumbraba a andar descalsa en casa, era uno de esos disfrutes secretos que tienen muchas personas. Sentir lo fresco del piso en las plantas de los pies. Además así sentía que le dolían menos los pies y la espalda luego de una semana ardua de trabajo. Vivir sola tenía sus ventajas, podía realizar pequeños e inofensivos rituales sin ser juzgada, como eso... caminar descalza, bailar sensualmente sin que le diera pena ser observada por nadie, tomar el tarro de crema y embadurnarse las piernas lenta y pacientemente, tomar todo el jugo que le cupiera en pequeñas dosis mientras veía a cuatro nerds y tres locas amarse.

Pensó, mientras tomaba el primer sorbo, que deseaba las manos de Mario sobre sus caderas justo en aquel momento en el que estaba con la puerta de la refri abierta y ella tomando jugo... cerró los ojos para traerlo con su imaginación.

Posiblemente sea una alucinación y el ruido que estoy escuchando no sea cierto. Tal vez sería buena idea ir donde la Dra. Garay, digo... para contarle que la vida ha sido  magnífica sin pastillas, pero que de vez en cuando extraño las pláticas con ella.

Un día antes había discutido con su madre por teléfono, ella nunca estuvo de acuerdo con su decisión de ir a vivir sola. Creía que era demasiado peligroso que una mujer soltera fuera a vivir sola, peor aún, eso daba suficiente libertad para caer en excesos que podían agravar su salud mental. Peor aún, su hija podía ser feliz sin que ella pudiera participar de eso. La discusión fue tan fuerte que ambas habían decidido cesar la comunicación por un tiempo. Digamos la verdad, ella había decidido que no quería hablar con su mamá en un buen tiempo.

Subió las gradas, tomó posición cómoda para seguir viendo tele, hizo un recorrido rápido con su mirada, en la sala estaban apilados los libros recién mudados de domicilio, el televisor viejito encaramado en un banquito de plástico que compró a un precio muy modesto... la etiqueta decía $3.50... cuando lo encontró en una ferretería cercana a su casa. Entonces, al finaliza ese recorrido visual... lo vio.

¿Esos son unos bigotes?

Asomaban de la oscuridad, por debajo de la puerta que da al balcón... unos bigotillos que se movían, todos confluían de una nariz rosada. Fue abriendo los ojos a medida que un enorme ratón iba entrando por la rendija. Se fue sentando lentamente a medida que el animal iba avanzando. Nunca le ha tenido miedo a los roedores. No entendía por qué sentía esas enormes ganas de gritar. Contrariando el impulso inicial no hizo ruido, se quedó quieta... el ratón también.

Me está mirnado, me mira a los ojos, ¿qué querrá? es imposible que estés aquí, no podemos estar juntos. 

Por qué estás entrando, no es correcto que vengas a mi casa. Tenes la desfachatez de quedarte quieto, viéndome... ¿o estás paralizado?

¿Por qué no reaccionas? ¿Por qué te has quedado paralizada?

¿Ahora qué hago?

¿Ahora qué hago? 

Ese instante en el que ambos (mujer y ratón) se habían quedado silentes e inmóviles parecía eterno. Uno no sospechaba que el otro pensaba que mutuamente eran intrusos, eran extraños, que estaban asustados.

Ella fue la primera que empezó a moverse, alargó el brazo y agarró el celular, abrió el canal de comunicación con Mario. Escribió una sola palabra.... "Ratoooooooooooon!"... si, lo escribió como si lo hubiera gritado.

Aquel grito escrito tuvo el mismo efecto que hubiera tenido un grito... el ratón se espantó y salió corriendo, regresó a la rendija de la puerta y se perdió en la oscuridad del balcón.

Nunca vayas ahí - dijo agitado aún a un colega que le daba aire con un papelito- ahí hay una mujer que grita en silencio! No te imaginas el susto... esas son las peores, concluyó.







martes, 27 de agosto de 2013

Y jamás despertó.

Abrió los ojos aquella mañana, vio a Mario acostado a su lado, la primera vez que se acostó con él nunca se imaginó que tendría que reeducarse para dormir. Mario había logrado lo que nadie había podido hacer con su cuerpo. La hacía dormir. Ella reconoció que era muy fácil dormir cuando él se instalaba en su cama... pero tuvo que aprender a dormir bajo las sábanas, a no levantarse en la madrugada porque él tenía un radar que lo despertaba en ese instante y le decía "¿¿Para dónde vas??" con un tono muy particular que se traducía en un "metete a la cama y abrazame un momento".Dormir sola (y en lapsos cortos) era  la costumbre más cómoda para ella, pero estaba segura que era mejor amanecer con él. 

 Abrió los ojos aquella mañana, vio a Mario acostado a su lado, hizo recuento de sus canas, de sus arrugas, de las cicatrices y de los sueños. Eran tan distintos a aquellos que una vez desordenaron una cama en un hotel de montaña o a los que se emborrachaban al punto de no recordar la juerga, eran tan distintos a los que lloraban abrazados por sus respectivas familias... eran tan distintos y eran los mismos a la vez. 

Abrió los ojos aquella mañana, vio a Mario acostado a su lado, cada dolor corporal estaba en su sitio, sin embargo supo que era hora de levantarse a hacer el desayuno, pronto él despertaría y debería tomar sus pastillas, ella también debía medicarse. 

Abrió los ojos aquella mañana, vio a Mario acostado a su lado, aspiró su olor, como lo hizo cuando tenían cuarenta y treinta. Supo que estaba en buen lugar, porque no importaba el lugar, al fin y al cabo había amanecido muchas veces con él en distintos lugares, lo importante es que estaba amaneciendo a su lado. Espantó la idea cursi de besarle el bigote, tal vez él se asustaría ante aquel gesto inesperado, tal vez a ella le dolería la espalda al estirarse para alcanzar su objetivo. Tal vez. 

Abrió los ojos aquella mañana, vio a Mario acostado a su lado y no supo qué se hicieron treinta años, ¿dónde pasaron? A esas alturas no sabía si lo que habitaba en su cabeza eran sueños, recuerdos o alucinaciones, no importaba. El amor es un misterio a los sesenta años, como lo fue a los treinta.

Judith cerró los ojos, buscando descanso un momento más... y jamás despertó. 

martes, 20 de agosto de 2013

Tengo miedo

Es una verdad ineludible...
he tenido miedo casi siempre.

Tengo miedo de la que soy y de la que no soy,
de las cosas que tengo que hacer como parte de ser adulta
y también tengo miedo de perder mi inocencia última.

Miedo a la oscura tormenta, acompañada con perros que ladran,
que sea cierto mi tormento de encontrarme con un desconocido en mi casa,
que no te encuentre entre mis sábanas,
tengo miedo de cosas reales y de otras fantasías.

Luego, ante este temor tan grande que me ha abarcado durante años,
cierro los ojos, aprieto los párpados, como para no encontrar esos miedos
nunca más ante mí, como si con este gesto de cobardía
pudiera encontrar toda la valentía.

Tengo miedo,
casi siempre lo tengo, pero no lo digo,
me lo guardo como una vergüenza más en mi vida,
como si no admitirlo me pudiera salvar un poco,
pero anoche,
en medio de todo el viento, el ruido y la furia,
te extrañé un poco
te extrañé mucho...
para decírtelo al oído,
tengo miedo
y quedarme dormida en tu abrazo
que es el único lugar seguro para mí.