martes, 27 de agosto de 2013

Y jamás despertó.

Abrió los ojos aquella mañana, vio a Mario acostado a su lado, la primera vez que se acostó con él nunca se imaginó que tendría que reeducarse para dormir. Mario había logrado lo que nadie había podido hacer con su cuerpo. La hacía dormir. Ella reconoció que era muy fácil dormir cuando él se instalaba en su cama... pero tuvo que aprender a dormir bajo las sábanas, a no levantarse en la madrugada porque él tenía un radar que lo despertaba en ese instante y le decía "¿¿Para dónde vas??" con un tono muy particular que se traducía en un "metete a la cama y abrazame un momento".Dormir sola (y en lapsos cortos) era  la costumbre más cómoda para ella, pero estaba segura que era mejor amanecer con él. 

 Abrió los ojos aquella mañana, vio a Mario acostado a su lado, hizo recuento de sus canas, de sus arrugas, de las cicatrices y de los sueños. Eran tan distintos a aquellos que una vez desordenaron una cama en un hotel de montaña o a los que se emborrachaban al punto de no recordar la juerga, eran tan distintos a los que lloraban abrazados por sus respectivas familias... eran tan distintos y eran los mismos a la vez. 

Abrió los ojos aquella mañana, vio a Mario acostado a su lado, cada dolor corporal estaba en su sitio, sin embargo supo que era hora de levantarse a hacer el desayuno, pronto él despertaría y debería tomar sus pastillas, ella también debía medicarse. 

Abrió los ojos aquella mañana, vio a Mario acostado a su lado, aspiró su olor, como lo hizo cuando tenían cuarenta y treinta. Supo que estaba en buen lugar, porque no importaba el lugar, al fin y al cabo había amanecido muchas veces con él en distintos lugares, lo importante es que estaba amaneciendo a su lado. Espantó la idea cursi de besarle el bigote, tal vez él se asustaría ante aquel gesto inesperado, tal vez a ella le dolería la espalda al estirarse para alcanzar su objetivo. Tal vez. 

Abrió los ojos aquella mañana, vio a Mario acostado a su lado y no supo qué se hicieron treinta años, ¿dónde pasaron? A esas alturas no sabía si lo que habitaba en su cabeza eran sueños, recuerdos o alucinaciones, no importaba. El amor es un misterio a los sesenta años, como lo fue a los treinta.

Judith cerró los ojos, buscando descanso un momento más... y jamás despertó. 

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