miércoles, 26 de diciembre de 2012

Historia de dos necios I


Don Manuel era un hombre entrado en los años 30, no era viejo… tampoco joven, cuando llegó, era un misterio de dónde venía, solo había aparecido de la nada un día en el pueblo, después de preguntar y recorrer el territorio al fin se asentó en una casa de esquina y decidió abrir ahí una botica, oficialmente desde ese tiempo sería el boticario.

La niña María era viuda, un poco altiva y el complejo de mujer chiquita había forjado su carácter independiente y autosuficiente, no se llevaba con nadie, era huraña desde siempre y no contaba a nadie su vida. Tenía pocos amigos de confianza, aunque había vivido siempre en aquel pueblo; un tiempo fue maestra y aunque le gustaban los niños, nunca tuvo hijos cuando estuvo casada, su esposo había muerto en circunstancias muy extrañas tres años  atrás.

Don Manuel tenía un rostro muy afable, era risueño y tenía la facultad de caer bien a primeras, pero nadie sospechaba que mantenía mecanismos de defensa que lo hacían un hombre impermeable en sus emociones.

Ella no sentía desde hacía mucho tiempo una simpatía especial por nada, ni por nadie, sentía un afecto medido y distante con su familia de la cual se había desprendido el día de su casamiento y que cuando enviudó, prefirió quedarse en su casa y no regresar, disfrutaba mucho la soledad y el tierno arrulló de los boleros que escuchaba en un tocadiscos enorme.

La primera vez que se vieron fue en el viejo cine del pueblo, iban a pasar esa noche una película de Cantinflas y cada uno decidió ir  a verla, sin saber que se encontrarían con el otro.
El cine no era más que una casa enorme, con sillas plegables de madera, muy incómodas, al fondo del salón estaba una enorme lona blanca sostenida con lazos desde el techo, donde eran proyectadas las películas una vez a la semana; de alguna manera, ese remedo de sala de cine era otro punto de encuentro en el pueblo, a parte de la iglesia, la cantina y la unidad de salud. Como era de suponer, todos esos lugares estaban alrededor del parque central.

Aquella noche ella se puso un vestido negro con diminutas flores de colores que le daban un poco de brillo, como era menuda de cuerpo el enorme vestido hasta el suelo era nada más una excusa para imaginar que ella en realidad no existía. Todos en el pueblo pensaban que sufría desde que se quedó viuda, pero no era así, se sentía feliz y satisfecha con la vida que tenía, esos tres años le habían servido para pensar en qué quería para ella misma, no tenía obligaciones ni responsabilidades más que consigo misma. Al poco tiempo que su esposo murió decidió abrir la única librería del pueblo, el negocio ocupaba la primera sala de su enorme casa, los libros no estaban dispuestos solo en libreras, era tan grande la cantidad de éstos que la mayoría estaban apilados sobre el suelo, sobre unas cuantas mesas de madera formando pilares de ediciones olvidadas, estaban dispuestos en tal desorden que aquello parecía un laberinto intelectual.

Él se puso su traje café para la ocasión, decidió ir a distraerse un rato pues todavía estaba en el trabajoso afán de ordenar la botica y eso lo tenía con algo de tedio, recientemente habían llegado por correo los potes para cada una de las plantas y sustancias propias de un farmacéutico, don Manuel nunca había ejercido el oficio aquel, pero estaba entusiasmado y había estado leyendo vorazmente un libro sobre el tema, no le parecía demasiado complicado aquello de preparar remedios, era cuestión de seguir las recetas, ya había hablado con los dos doctores y con el dentista del pueblo, para anunciar la apertura de su botica, pues antes de eso, todos tenían que ir hasta el siguiente pueblo para procurarse remedios o recurrir a la niña Tomasita, la viejita que ya se dedicaba a robar oxigeno sobre esta tierra, ella les recomendaba alguna planta medicinal, pero como la niña Tomasita iba cada vez en detrimento de su humanidad ya no se confiaba mucho en su criterio, no fuera a ser que resultara peor el remedio que la enfermedad, así que la llegada de don Manuel y la apertura de su botica le cayó muy bien al pueblo.

Ya las personas más osadas habían pasado un interrogatorio a don Manuel, para ver si podían averiguar de dónde venía y cuáles eran sus referencias y referentes, pero poco habían podido averiguar, lo que estaba claro era que estaba soltero, o al menos eso se asumió porque llegó solo, sin mayor equipaje, más que una valija vieja y algo polvosa que aparentaba llevar en su interior insinfinidad de cosas, lo cual no era cierto, pues solo llevaba dos mudas de ropa, tres libros y una pistola del siglo pasado, más ornamental que letal.

Aquella noche estaba fresca, como todas la noches en los pueblos que están incrustados en las montañas; antes de salir, ella tomó su chal y su monedero que contenía el dinero que había reunido después de haber vendido tres libros esa tarde. Él al salir de su casa se aseguró de dejar bien puesto el cerrojo y el candado e inició su silente caminata hasta el cine.

Al llegar ella pidió su entrada en la boletería, lo pagó y entró a la sala de espera, no sintió la presencia del hombre que estaba justo detrás de ella esperando su turno para comprar su entrada. Él la vio, le llamó la atención su moño hecho de trenzas, la nuca limpia de ella, el inicio de su vestido. No le vio el rostro. Repentinamente sintió un estremecimiento. “Calma” pensó para sí mismo, mientras veía cómo ella compraba su boleto. Tuvo que respirar hondo para recomponerse y hablar normalmente con la señorita de la boletería.

Entró a la sala de espera, justo en el momento en el que empezaron a revisar los boletos para entrar a la sala de proyecciones, alcanzó a ver a la mujer cuando entregaba su boleto y entraba a la siguiente sala. “Viene sola” pensó para sí. En ese momento apeló a su raciocinio y concluyó que aunque ella fuese sola, él no se le acercaría, no le hablaría, no pasaría nada extraordinario que pudiera procurar un encuentro cercano.

La niña María entró a la sala buscó un asiento en medio, ni muy adelante, tampoco muy atrás, durante la semana había estado meditando en si era conveniente ir o no a la función, siempre se encontraba alguien que insistía en sostener una conversación que ella no deseaba bajo ninguna circunstancia. “Calma” pensó para sí misma, el mundo no iba aquella región despoblada  deseaba, tenía que aprender a ser tolerante y aceptar que la gente siempre busca las excusas más inverosímiles para hablar estupideces. Ellos eran así, ni modo.  Se había hecho a la idea de saludar de manera amable si le hablaban, no iba a haber más remedio. Estaba sumergida en ese pensamiento cuando sintió que un hombre se sentó en el asiento contiguo al suyo, solo que en la fila anterior a la suya. Casi instintivamente giró su cuello unos cuarenta y cinco grados para echar una miradita de reojo, la presencia de esa persona no le parecía conocida, ella conocía a la mayoría de habitantes del pueblo y ese hombre no estaba en su registro. La miradita duró unos breves segundos y le bastaron para saber que era un desconocido. Se acomodó en su silla y se concentró en la pantalla donde habían empezado a salir las letras de presentación de la película.

La película transcurrió entre risas y es que Cantinflas es infalible en el oficio de sacarle la melancolía a cualquiera a golpe de palabras, era una suerte que don Roberto, el dueño del cine, pudiera conseguir las películas tan pronto para pasarlas en el pueblo, apenas habían pasado dos años desde que “El portero” se había estrenado en los mejores cines de San Salvador y ellos ya habían tenido la oportunidad de ver tal obra de arte en su pueblo.

Al finalizar la película todos los asistentes buscaron la salida, don Manuel estaba a la orilla del pasillo central cuando la niña María pasó a su lado, vio su silueta, era pequeña y percibió el olor de su ropa muy limpia. Le dio el paso y luego la siguió. Ella pudo ver la silueta del hombre que se sentó justo detrás de ella, le pareció alto, claro que a ella todos le parecían altos debido a su escasa estatura. Misteriosamente sintió curiosidad. Nunca lo había visto. “será un forastero de paso por el pueblo” pensó. Al salir a la sala de espera, donde ya había más luz, escuchó que don Roberto saludó al desconocido:
- Don Manuel, que bueno que vino hombre!
- Gracias don Roberto, me acordé que me dijo que hoy era la función, vine para distraerme un rato, la casa está hecha un desastre todavía.
- Hombre, no se preocupe, mañana le vamos a ayudar un rato, le voy a decir a don Fidel que nos eche una manita también.
- Se le agradece.

La niña María alcanzó a escuchar la conversación antes de salir a la calle, “no está de paso” pensó. En ese instante le cayó el veinte, a ella qué le importaba todo aquello. Siguió su camino a su casa, al llegar se prepararía un café y leería gran parte de la noche, como era su costumbre.


Al salir del cine don Manuel logró ver que ella cruzaba la esquina, caminaba sola y a un paso regular. Empezó a caminar hacia su casa, caminaba solo y a un paso rápido, el recuerdo de esa mujer en vestido negro y flores le duró cinco segundos y luego cayó en la cuenta que deseaba una cerveza

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