II
El sol estaba bien alto cuando alcanzó a escuchar
que alguien tocaba la puerta. Le dolía la cabeza y al sentarse toda la
habitación le dio vueltas, todavía estaba medio ebrio y pronto llegaría la
resaca. ¿Quién estaría tocando la puerta a esas horas? No quería imaginarse
cuando ya estuviera abierta la botica, aquello sería habitual. “Ya voy!” musitó cuando escuchó que se
reiniciaban los golpes en la puerta.
Alcanzó a llegar a la puerta y preguntó quién
era.
-
Buenos días don Manuel, soy yo, don Roberto
Don Manuel empezó a abrir la puerta para que
el hombre entrara. Ahí estaba don Roberto, con sus lentes de carey gruesos,
junto a él estaba otro hombre, los tres eran contemporáneos, pero el tercero
parecía un poco más joven.
-
Le presento a don Fidel, él es don Manuel, el nuevo boticario.
-
Mucho gusto – le dijo don Fidel al estrecharle la mano
-
Mucho gusto – murmuró don Manuel
-
¿De goma? – preguntó don Fidel
-
Algo… - logró murmurar don Manuel mientras se dirigía al patio de
la casa
El inmueble era un desastre, se trataba de
una casa antiquísima y que había estado deshabitada durante mucho tiempo, hasta
que don Manuel la encontró y vio su potencial; era de esquina, donde la entrada
principal de madera daría acceso a la botica, luego de esa sala, la casa era
amplia y fresca, con un patio central el cual era rodeado de un corredor que
daba a varias puertas. Don Fidel y don Roberto se quedaron reconociendo el
territorio, mientras escuchaban a don Manuel vomitando al fondo del patio.
-
Habrá ido a la cantina anoche después de la función del cine –
comentó don Roberto – porque ahí lo vi y le dije que hoy vendríamos a ayudarle.
La ayuda era necesaria, los años de abandono
tenían la casa en una situación lamentable, el piso de los corredores se había
levantado debido al crecimiento de las raíces de unos árboles de aguacate
cercanos, las paredes se estaban descascarando, dejando al descubierto partes
del esqueleto de bajareque y el polvo reinaba en toda la casa. Don Manuel
apareció en la puerta que daba a la botica.
-
¿Mejor? – preguntó don Fidel, mientras veía al hombre tratando de
recomponerse la vestimenta y el ánimo.
-
Mejor – contestó a secas don Manuel.
-
Veo que conoció la cantina del pueblo – dijo don Roberto viendo a
don Manuel por sobre el aro de sus lentes.
-
Sí, lugar muy pintoresco – dijo sonriendo don Manuel
-
Bueno, ya habrá tiempo para hacer una visita juntos – dijo
entusiasta don Fidel.
-
Ya habrá tiempo, ¿verdad don Roberto?
-
Lamentablemente no podré acompañarles, no bebo.
Don Fidel tenía una expresión de lamento
sarcástico ante la declaración de don Roberto, a pesar de saberlo desde hace
mucho tiempo; era cierto, don Roberto no bebía bebidas alcohólicas.
-
Tendremos que ir sin usted don Roberto – concluyó don Fidel
poniéndole la mano sobre el hombro a manera de condolencia.
-
No hay problema, pero bueno… don Manuel, venimos a ver en qué le
podemos ayudar como le dije anoche.
-
Gracias, bueno… lo primero que hice fue sacar toda la basura que
encontré al llegar.
-
Ah! ¿ya la sacó? Creí que no – dijo don Roberto con ese tono
irreverente que lo caracterizaba.
-
No le haga caso don Manuel – refutó don Fidel – yo sugiero que
empecemos unos a barrer todo este polvo, parece alfombra blanca la que tiene
aquí, tenemos que ver dónde necesitaremos repello para las paredes.
-
También hay que sanear el piso para devolverlo a su puesto.
-
Para mientras yo voy a ir poniendo en orden las cajas que me han
estado llegando para la botica.
Los tres hombres se pusieron cada uno a su
labor, trabajaron arduamente durante casi una semana, la niña Carmen y la niña
Vilma, esposa y hermana respectivamente de don Roberto se encargaban de
llevarles alimentos mientras estaban en aquella ardua tarea de devolver a la
vida ese enorme caserón.
-
¿Usted también es soltero? – preguntó en una pausa del trabajo don
Manuel a don Fidel.
-
Sí fíjese, no mucho me cuadra eso de formar una familia.
-
Este es un solterón empedernido – intervino don Roberto – si viera
cómo tiene enamoradas, pero con ninguna se decide.
-
Es que yo quisiera complacerlas a todas, pero como no se puede… a
ninguna.
Don Manuel ya había percibido el espíritu
desfachatado de sus dos ayudantes, el comentario de don Fidel le dio risa.
-
Y cuéntenos don Manuel ¿de dónde es que viene usted? – le preguntó
de golpe don Roberto.
-
Ah… yo vengo de bien lejos
-
Pero… ¿es salvadoreño?
-
Sí, eso sí, solo que estuve un buen tiempo fuera del país, al
regresar decidí buscar un pueblito donde poder vivir tranquilo, no quería
regresar a la capital.
-
Mire, en eso ha acertado aquí – dijo don Fidel – aquí sí que no
pasa nada, es bien tranquilo.
-
Eso pude percibir desde el primer momento – dijo con satisfacción
don Manuel – por eso rapidito busqué instalarme.
-
¿Era boticario donde estaba antes? – preguntó don Roberto.
-
La mera verdad, es que no, estuve aprendiendo y creo que leyendo e
investigando lograré cumplir con la profesión, al menos espero no despacharme a algún cristiano.
-
Bueno, si quiere leer e investigar tiene que ir a la librería de
la niña María, si no tiene lo que anda buscando, ella se rebusca para
conseguirle la literatura adecuada – aconsejó don Roberto – ¿la conoce usted
don Manuel?
-
Sí sé quién es. Tiene la librería
a unas tres cuadras de aquí, ¿verdad?
-
Eso sí es cierto – confirmó don Fidel – el año pasado yo andaba
buscando un libro sobre Derecho Romano y se lo pedí a ella, a la semana ya lo
tenía.
-
¿Es usted Abogado don Fidel? – preguntó don Manuel
-
Sí, como mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo, también mi hermano
mayor es abogado.
En realidad, don Manuel trató de desviar la
conversación sobre la dueña de la librería para no evidenciar su gusto por la
mujer que había estado observando una noche antes, pero don Roberto vio un
mínimo gesto que logró levantar sus sospechas sobre este forastero recién
llegado; “interesante” pensó para sí mismo, viendo cómo don Manuel le daba
vuelta a la plática para no preguntar más sobre la mujer.
-
Cuando quiera ir a la librería, avíseme don Manuel, así aprovecho
de ir con usted, necesito buscar unos libros para José.
-
¿José es su hijo?
-
Sí, acaba de empezar las clases, lástima que la niña María ya no
es maestra, me hubiera gustado que ella le diera clases al niño, era excelente
pedagoga, para mí que ella debía haber llegado a ser la directora de la escuela.
-
Para abrir la librería fue que dejó la docencia – añadió en tono
distraído don Fidel, quien todavía no había caído en la cuenta de la pequeña
trampa que don Roberto le estaba tendiendo a don Manuel.
-
Pero mire… bien le ha ido con la librería, don Alberto estaría
orgulloso de ella si la viera.
-
¿Don Alberto es el padre de ella?
-
No… era su esposo, murió hace tres años – aclaró don Fidel
mientras le daba la última mordida al almuerzo que compartían.
-
Ah… es viuda entonces – dijo en tono bajo don Manuel, sin apartar
la mirada del piso de la casa.
Don Roberto lo estaba observando en silencio,
había confirmado sus sospechas con aquella conversación.
-
Sí, perdió a su marido, pero ha quedado claro para todos en el
pueblo que no es que le haga demasiada falta, es una mujer bien independiente –
concluyó don Roberto, con una sonrisita de gato – por cierto que la noche que
estrenamos la película de Cantinflas fue a la función, tal vez usted ya la vio.
-
No recuerdo haberla visto, soy algo distraído don Roberto, suelo
no fijarme en la gente demasiado.
-
No crea, es bien fácil fijarse en ella – insistió don Roberto,
para ver si lograba sacar algún dato más sobre don Manuel, quien se quedó
pensativo, tratando de rescatar el recuerdo de la nuca de aquella mujer que lo
inquietaba.
-
Bueno, si quiere vayamos a la librería el sábado en la mañana, tal
vez encuentro algún libro que necesite – dijo don Manuel.
-
Lo paso a traer entonces, no vaya a ser que se nos pierda.
-
Buena idea – añadió don Fidel, que para entonces ya había captado
la malicia de don Roberto sobre el tema.
Los tres hombres recogieron los platos del
almuerzo y los colocaron en la cesta en la que se los habían llevado y
reiniciaron el trabajo. En pocos días la casa había adquirido un poco más de
dignidad, ya habían repellado las paredes, el suelo estaba más limpio y las
grietas habían sido curadas con argamasa, aunque no había quedado estéticamente
bien, su apariencia le hacía recordar a don Manuel los mapas escolares. La
botica también estaba casi a punto para ser abierta, los estantes de madera sostenían
los blancos y grandes potes de porcelana, en esos días habían llegado también
algunos comerciantes de plantas, para negociar las condiciones de
abastecimiento, incluso la niña Tomasita había pedido a uno de sus innumerables
nietos que por favor la llevara a la nueva botica para conocer a don Manuel.
-
Le voy a traer unas recetas de brebajes que bien le pueden servir,
oye? – le dijo la niña Tomasita al despedirse de una brevísima visita a don
Manuel.
-
Gracias – dijo don Manuel, pero más por la brevedad de la visita
que por el ofrecimiento.
-
Prométame que va a cuidar la salud del pueblo don Manuel – dijo en
tono de súplica la viejecilla.
-
Mire niña Tomasa, acuérdese que es tarea conjunta entre los
doctores y boticario, pero haré mi mejor esfuerzo.
Parecía que
día con día don Manuel iba ganando terreno en el ecosistema de aquel pueblo
perdido.
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