miércoles, 23 de enero de 2013

Historia de dos necios II


II
El sol estaba bien alto cuando alcanzó a escuchar que alguien tocaba la puerta. Le dolía la cabeza y al sentarse toda la habitación le dio vueltas, todavía estaba medio ebrio y pronto llegaría la resaca. ¿Quién estaría tocando la puerta a esas horas? No quería imaginarse cuando ya estuviera abierta la botica, aquello sería habitual.  “Ya voy!” musitó cuando escuchó que se reiniciaban los golpes en la puerta.
Alcanzó a llegar a la puerta y preguntó quién era.
-          Buenos días don Manuel, soy yo, don Roberto
Don Manuel empezó a abrir la puerta para que el hombre entrara. Ahí estaba don Roberto, con sus lentes de carey gruesos, junto a él estaba otro hombre, los tres eran contemporáneos, pero el tercero parecía un poco más joven.
-          Le presento a don Fidel, él es don Manuel, el nuevo boticario.
-          Mucho gusto – le dijo don Fidel al estrecharle la mano
-          Mucho gusto – murmuró don Manuel
-          ¿De goma? – preguntó don Fidel
-          Algo… - logró murmurar don Manuel mientras se dirigía al patio de la casa
El inmueble era un desastre, se trataba de una casa antiquísima y que había estado deshabitada durante mucho tiempo, hasta que don Manuel la encontró y vio su potencial; era de esquina, donde la entrada principal de madera daría acceso a la botica, luego de esa sala, la casa era amplia y fresca, con un patio central el cual era rodeado de un corredor que daba a varias puertas. Don Fidel y don Roberto se quedaron reconociendo el territorio, mientras escuchaban a don Manuel vomitando al fondo del patio.
-          Habrá ido a la cantina anoche después de la función del cine – comentó don Roberto – porque ahí lo vi y le dije que hoy vendríamos a ayudarle.
La ayuda era necesaria, los años de abandono tenían la casa en una situación lamentable, el piso de los corredores se había levantado debido al crecimiento de las raíces de unos árboles de aguacate cercanos, las paredes se estaban descascarando, dejando al descubierto partes del esqueleto de bajareque y el polvo reinaba en toda la casa. Don Manuel apareció en la puerta que daba a la botica.
-          ¿Mejor? – preguntó don Fidel, mientras veía al hombre tratando de recomponerse la vestimenta y el ánimo.
-          Mejor – contestó a secas don Manuel.
-          Veo que conoció la cantina del pueblo – dijo don Roberto viendo a don Manuel por sobre el aro de sus lentes.
-          Sí, lugar muy pintoresco – dijo sonriendo don Manuel
-          Bueno, ya habrá tiempo para hacer una visita juntos – dijo entusiasta don Fidel.
-          Ya habrá tiempo, ¿verdad don Roberto?
-          Lamentablemente no podré acompañarles, no bebo.
Don Fidel tenía una expresión de lamento sarcástico ante la declaración de don Roberto, a pesar de saberlo desde hace mucho tiempo; era cierto, don Roberto no bebía bebidas alcohólicas.
-          Tendremos que ir sin usted don Roberto – concluyó don Fidel poniéndole la mano sobre el hombro a manera de condolencia.
-          No hay problema, pero bueno… don Manuel, venimos a ver en qué le podemos ayudar como le dije anoche.
-          Gracias, bueno… lo primero que hice fue sacar toda la basura que encontré al llegar.
-          Ah! ¿ya la sacó? Creí que no – dijo don Roberto con ese tono irreverente que lo caracterizaba.
-          No le haga caso don Manuel – refutó don Fidel – yo sugiero que empecemos unos a barrer todo este polvo, parece alfombra blanca la que tiene aquí, tenemos que ver dónde necesitaremos repello para las paredes.
-          También hay que sanear el piso para devolverlo a su puesto.
-          Para mientras yo voy a ir poniendo en orden las cajas que me han estado llegando para la botica.

Los tres hombres se pusieron cada uno a su labor, trabajaron arduamente durante casi una semana, la niña Carmen y la niña Vilma, esposa y hermana respectivamente de don Roberto se encargaban de llevarles alimentos mientras estaban en aquella ardua tarea de devolver a la vida ese enorme caserón.
-          ¿Usted también es soltero? – preguntó en una pausa del trabajo don Manuel a don Fidel.
-          Sí fíjese, no mucho me cuadra eso de formar una familia.
-          Este es un solterón empedernido – intervino don Roberto – si viera cómo tiene enamoradas, pero con ninguna se decide.
-          Es que yo quisiera complacerlas a todas, pero como no se puede… a ninguna.
Don Manuel ya había percibido el espíritu desfachatado de sus dos ayudantes, el comentario de don Fidel le dio risa.
-          Y cuéntenos don Manuel ¿de dónde es que viene usted? – le preguntó de golpe don Roberto.
-          Ah… yo vengo de bien lejos
-          Pero… ¿es salvadoreño?
-          Sí, eso sí, solo que estuve un buen tiempo fuera del país, al regresar decidí buscar un pueblito donde poder vivir tranquilo, no quería regresar a la capital.
-          Mire, en eso ha acertado aquí – dijo don Fidel – aquí sí que no pasa nada, es bien tranquilo.
-          Eso pude percibir desde el primer momento – dijo con satisfacción don Manuel – por eso rapidito busqué instalarme.
-          ¿Era boticario donde estaba antes? – preguntó don Roberto.
-          La mera verdad, es que no, estuve aprendiendo y creo que leyendo e investigando lograré cumplir con la profesión, al menos  espero no despacharme a algún cristiano.
-          Bueno, si quiere leer e investigar tiene que ir a la librería de la niña María, si no tiene lo que anda buscando, ella se rebusca para conseguirle la literatura adecuada – aconsejó don Roberto – ¿la conoce usted don Manuel?
-          Sí sé quién es. Tiene la librería  a unas tres cuadras de aquí, ¿verdad?
-          Eso sí es cierto – confirmó don Fidel – el año pasado yo andaba buscando un libro sobre Derecho Romano y se lo pedí a ella, a la semana ya lo tenía.
-          ¿Es usted Abogado don Fidel? – preguntó don Manuel
-          Sí, como mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo, también mi hermano mayor es abogado.
En realidad, don Manuel trató de desviar la conversación sobre la dueña de la librería para no evidenciar su gusto por la mujer que había estado observando una noche antes, pero don Roberto vio un mínimo gesto que logró levantar sus sospechas sobre este forastero recién llegado; “interesante” pensó para sí mismo, viendo cómo don Manuel le daba vuelta a la plática para no preguntar más sobre la mujer.
-          Cuando quiera ir a la librería, avíseme don Manuel, así aprovecho de ir con usted, necesito buscar unos libros para José.
-          ¿José es su hijo?
-          Sí, acaba de empezar las clases, lástima que la niña María ya no es maestra, me hubiera gustado que ella le diera clases al niño, era excelente pedagoga, para mí que ella debía haber llegado a ser la directora de la escuela.
-          Para abrir la librería fue que dejó la docencia – añadió en tono distraído don Fidel, quien todavía no había caído en la cuenta de la pequeña trampa que don Roberto le estaba tendiendo a don Manuel.
-          Pero mire… bien le ha ido con la librería, don Alberto estaría orgulloso de ella si la viera.
-          ¿Don Alberto es el padre de ella?
-          No… era su esposo, murió hace tres años – aclaró don Fidel mientras le daba la última mordida al almuerzo que compartían.
-          Ah… es viuda entonces – dijo en tono bajo don Manuel, sin apartar la mirada del piso de la casa.
Don Roberto lo estaba observando en silencio, había confirmado sus sospechas con aquella conversación.
-          Sí, perdió a su marido, pero ha quedado claro para todos en el pueblo que no es que le haga demasiada falta, es una mujer bien independiente – concluyó don Roberto, con una sonrisita de gato – por cierto que la noche que estrenamos la película de Cantinflas fue a la función, tal vez usted ya la vio.
-          No recuerdo haberla visto, soy algo distraído don Roberto, suelo no fijarme en la gente demasiado.
-          No crea, es bien fácil fijarse en ella – insistió don Roberto, para ver si lograba sacar algún dato más sobre don Manuel, quien se quedó pensativo, tratando de rescatar el recuerdo de la nuca de aquella mujer que lo inquietaba.
-          Bueno, si quiere vayamos a la librería el sábado en la mañana, tal vez encuentro algún libro que necesite – dijo don Manuel.
-          Lo paso a traer entonces, no vaya a ser que se nos pierda.
-          Buena idea – añadió don Fidel, que para entonces ya había captado la malicia de don Roberto sobre el tema.
Los tres hombres recogieron los platos del almuerzo y los colocaron en la cesta en la que se los habían llevado y reiniciaron el trabajo. En pocos días la casa había adquirido un poco más de dignidad, ya habían repellado las paredes, el suelo estaba más limpio y las grietas habían sido curadas con argamasa, aunque no había quedado estéticamente bien, su apariencia le hacía recordar a don Manuel los mapas escolares. La botica también estaba casi a punto para ser abierta, los estantes de madera sostenían los blancos y grandes potes de porcelana, en esos días habían llegado también algunos comerciantes de plantas, para negociar las condiciones de abastecimiento, incluso la niña Tomasita había pedido a uno de sus innumerables nietos que por favor la llevara a la nueva botica para conocer a don Manuel.
-          Le voy a traer unas recetas de brebajes que bien le pueden servir, oye? – le dijo la niña Tomasita al despedirse de una brevísima visita a don Manuel.
-          Gracias – dijo don Manuel, pero más por la brevedad de la visita que por el ofrecimiento.
-          Prométame que va a cuidar la salud del pueblo don Manuel – dijo en tono de súplica la viejecilla.
-          Mire niña Tomasa, acuérdese que es tarea conjunta entre los doctores y boticario, pero haré mi mejor esfuerzo.
Parecía que día con día don Manuel iba ganando terreno en el ecosistema de aquel pueblo perdido.

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