miércoles, 9 de enero de 2013

No escribir

es como no tener voz, ni cuerpo, ni espacio.
Como no contarte historias de mañana,
ni encontrar ninguna excusa
suficientemente buena para existir,
para respirar, para luchar por la vida.

No escribir es no tener tiempo, ni ojos para ver el horizonte,
es como haber extraviado sueños, pasos y caminos,
como no tener fuerza para dar cuentas claras
a la soledad, ni a las estrellas, ni a la esperanza.

A veces he pensado que aprender a leer y a escribir
fue mi perdición,
que encontrar a los poetas y los narradores
fue el regalo que se me dio al nacer,
que al conocer historias, amores y tragedias
de alguna manera vivía de otra forma,
transmutada en princesas, leyendas y volcanes.

Porque al escribir no soy yo,
es otra piel la que exhala placeres,
son otros los dedos los que acarician las letras,
son de otra los ojos testigos de las personas que amo.
Al escribir doy a luz a los hijos que jamás criaré,
descubro otro mundo donde no poseo miedos,
donde las flores nunca mueren,
donde la lluvia cae serena sin causar daños,
donde puedo recuperar a la niña que una vez fui.

Pero llega un día,
un día cualquiera,
donde el ruido es demasiado,
donde la gente no comprende de mi necesidad de escribir
donde la confusión es extralimitada
entonces, dejo de escribir
y cuando el silencio se instala,
cuanta incertidumbre me arrastra,
en definitiva, no encuentro paz.

Debo escribir,
me lo dicen tus manos,
también me lo susurran tus besos en los mejores consejos,
te aseguras de mandarme el viento adecuado,
en él vienen agarradas las palabras
que quedan plasmadas en mi piel.

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